Tuesday, January 10, 2006

KING KONG: El gran gorila, versión segundo milenio


Por primera vez en la historia del cine se pueden filmar imágenes que estén a la par de la imaginación visual humana. Antes, todo intento de filmar un monstruo, un paraíso terrenal, un viaje espacial o el mismo infierno arrancaba risas más que asombro. Pero estamos en el siglo XXI y existe Peter Jackson, el director de la trilogía del Señor de los Anillos. Con películas como las que él hace, es una pena no pasar por la sala de cine para ver el espectáculo en pantalla gigante.

Fiel al estilo grandilocuente, épico, fantasioso, magnánime y sin escatimar en efectos especiales genuinamente impresionantes; Peter Jackson hizo el remake de la película que lo hizo llorar a los 9 años y que fue su inspiración para dedicarse al cine: King Kong.


imagen de la película original en blanco y negro



Se podría argumentar que en realidad son tres películas en una (se ve que Jackson tiene afecto por las trilogías). Digámoslo de una vez: dura 3 horas y 8 minutos y a veces se nota. Pero el detallismo de Jackson, sin el cual jamás hubiese podido hacerle honor a la novela de Tolkien, no le permite contar esta aventura sin la ambientación que le dé vuelo y realismo. Por ejemplo: nos muestra un sector de un barco donde se guardan botellas de cloroformo. Hace un close-up sobre las botellas y vemos una etiqueta propia de la época que dice “no ingerir esto”. Para Jackson, las botellas son importantes -y lo serán en el argumento de la película- pero el director se toma el trabajo de recrear las etiquetas como eran en 1933.

De las tres partes, la primera es una introducción de los personajes en un Manhattan durante la Depresión, espectacularmente recreado por efectos especiales. Se tiene la sensación de estar allí, de poder tocar y sentir lo que está pasando. Por momentos la metrópolis convoca reminiscencias de Ciudad Gótica, en los trazos de Tim Burton. Los protagonistas son presentados juntos con otros que podrían no haber estado para acortar la película pero Jackson narra a través de ellos la situación que se vivía en el mundo artístico de la época. Tampoco se debe pasar por alto que la película comienza con animales aparentemente libres pero después vemos que están enjaulados y pertenecen a un circo. Ya hay una señal de contraposición entre lo más salvaje, que aparece en la segunda parte y lo más urbano que domina el comienza y el final.

Los protagonistas se embarcarán en un viaje en barco, llevados por el director de una futura película (interpretado por Jack Black) que tiene como meta arribar a una isla virgen, jamás visitada, para capturar imágenes que el público “pueda ver en el cine por 25 centavos”. Ana(Naomi Watts), la actriz sin trabajo, quien entre la opción de subirse a un escenario semidesnuda o subirse a un transatlántico con destino incierto con una tripulación 100% masculina, opta por lo segundo. Nuevamente, Jackson se detiene sobre su semblante dubitativo cuando le preguntan si está segura de lo que está haciendo y luego tenemos un detallado primer plano del pie de la inocente mujer que pisa la tarima desde la plataforma para embarcarse en una aventura sin igual.

El trayecto marino ocupa la segunda parte de esta introducción y permite que se enamore Ana del guionista de la película (Adrian Brody, el genial actor de "El Pianista", con esos ojos de perrito adorable) que ha sido embaucado por el director para quedarse a bordo. También está en el barco el galán de la película (¿recuerdan la serie de Sony donde un tipo recibía siempre el diario del día siguiente? El mismo.) que sufre de un narcisismo incontrolable e inocultable: llena su camarote con posters de sí mismo en otras películas. Como toda aventura que se precie, el único mapa de “la Isla de la Calavera” adonde se dirigen se vuela de las manos del director y cae en aguas nocturnas. Finalmente encallan, frente al temor de todos los tripulantes y presenciamos ecos indudables del film “Titanic”.

La llegada a la isla y la permanencia en ella es la parte más cargada de acción sin pausa. El famoso King Kong aparece recién una hora entrada la película (por momentos uno se olvida que tiene que aparecer) y la pobre Ana, que ha sido secuestrada por una tribu infernal de seres que recuerdan a los malos del Señor de los Anillos, debe enfrentarse a él como sacrificio humano. Pero Kong se la lleva en la mano y huye hacia la selva.

La escenografía de la isla corta el aliento y pivotea entre una fantasia surrealista de MC Escher, una pesadilla muy bien elaborada y las ruinas reales pero magnificadas de algún arcaico reino indígena. Los hombres, haciendo alarde de una valentía que por desgracia ha pasado de moda (me pongo algo nostálgica pero es una virtud nada desechable del espíritu humano) deciden que enfrentando todo obstáculo y todo sentido común deben rescatar a Ana, sobre todo su afligido enamorado. Jackson nos dice, a través de un personaje que lee “El corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad que los miedos deben ser enfrentados; jamás se debe huir de ellos.

En lo que me parecieron luchas demasiado largas y reiterativas tendremos a King Kong peleando contra todo tipo de dinosaurios: grandes, chicos, alados, tipo lagartos; en fin, con dientes inmensos y amenazadores. Los valientes rescatistas correrán entre las enormes patas de los tiranosaurios, al mejor estilo Pamplona pero bastante más suicida. Después, seguirán los ataques de los más asquerosos y variados bichos tipo escorpiones, arañas, murciélagos, mosquitos gigantes y unas cosas en un pantano con miembros retráctiles, como de caracol o babosa pero en forma de ….¿qué decir?...penes rosaditos … que si se adhirieren a una cabeza humana la ¿chupan, comen, arrancan? No sé, ahí confieso que me tuve que tapar los ojos del asco. Demasiada pelea entre Kong y los dinosaurios, los hombres y todos los bichos, Ana y todos los arribamencionados.

Cuando finalmente rescata el guionista a su amada, dormida en la mismísima mano del enorme mico, logran regresar al barco; no sin antes sufrir un montón de muertes horribles de sus correligionarios. Solo durmiendo al inconmensurable gorila (con el cloroformo, claro) lograrán llevarlo de regreso. No, no nos cuentan cómo logran subirlo al barco.

La tercera parte transcurre nuevamente en Manhattan, y tenemos al rey mono encadenado en una de los teatros más lujosos de New York. No podemos dejar de sentir pena por Kong que ya se había ganado la simpatía del público en la isla, al no triturar a Ana y comérsela como un canapé. En la isla, habían admirado juntos, casi enamorados, un atardecer paradisíaco y tropical donde Ana empieza a tener confianza en su peludo amigo. No hablamos aquí de un ideal rousseauniano del gorila que naturalmente es bueno, a no confundirse; el tipo se engancha sólo con Ana, la rubia de ojos azules que lo enfrentó con la misma valentía de los hombres.

En manos del ambicioso director, vueltos a la civilización gótica, Kong es ahora un atracción circense, rugiendo entre cadenas frente a la elite cosmopolita vestida de gala. Se librará de su yugo y saldrá en busca de Ana (quien negándose a la infamia montada por el director elige actuar como actriz de segunda entre un elenco masivo). Y... el mono está muy enojado, claro. Rompe todo lo que encuentra a su paso y por momentos surge la tentación de vincular simbólicamente todas las escenas con el terrorismo. Y el final es por todos conocido, triste, y ocurre sobre el Empire State Building.

Es curioso pero muchas críticas coincidieron en señalar la buena “química” entre Ana y King Kong (interpretado por el actor Andy Serkis, que hacía de Gollub en El Señor de los Anillos). Hay un cruce de miradas muy enternecedoras es cierto, pero ¿química, señores? Me parece un poco exagerado. Sí creo que es esencial la conexión que se produce entre ellos. Ana le hace bailecitos y malabarismos logrando llegar a él en forma no verbal. Hasta le enseña a decir “beau-ti-ful” golpeándose el corazón frente a la belleza de un cielo que entra al ocaso (Kong aprende rápido).

Lo último que es importante destacar es el tributo permanente al cine que hay en el metalenguaje de la película. El director es capaz de arriesgar su propia vida con tal de “agarrar la toma” y si bien lo urge la ambición personal esa máquina filmadora de la década del ’30 muchas veces en escena, el equipo de colaboradores cinematográficos (algunos mueren en la isla); los rieles de celuloide destrozados; el “guiño” del director que dice que “las películas donde hay monstruos son de clase B”. El mismo Jackson filmaba películas de monstruos en sus comienzos. Sólo que esta costó mas de 200 millones de dólares, difícilmente un film de segunda. Sin dudas un producto final de inigualable talento, impacto y esplendor que logra transportar al espectador a tres mundos distintos por el precio de una entrada de cine.

El sitio oficial de la película (ya enlazado arriba), King Kong the movie, vale la pena y permite bajar wallpapers y enviar e-cards.

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